jueves, 18 de noviembre de 2010

WoWeces: La venganza de Thrall (IV)


[I] [II] [III] [IV]

Aquel día no tenía ninguna misión importante en mente. Mi intención era pasar la tarde en la plaza principal de Orgrimmar, vendiendo pieles cuidadosamente curtidas que había desollado durante meses de las bestias de las gélidas tierras de Rasganorte. Mientras regateaba con un comerciante elfo el precio de unas escamas de dragón heladas, oí a unas trolls ancianas cuchicheando. Rumoreaban acerca de que los sacerdotes de Ventormenta habían resucitado al caído Rey Varian, al que con tanto esfuerzo habíamos derrotado los luchadores de la Horda. "Habladurías", pensé, y reí para mis adentros. Mientras tanto, una de las ancianas me reconoció como uno de los asesinos del rey humano, y empezó a susurrar al oído de su interlocutora palabras que mis oídos no pudieron captar.

Terminé la transacción con el comerciante elfo y me abandoné la abarrotada plaza. Acababa de llegar a una calle vacá cuando, de repente, sentí una extraña presencia a mis espaldas. Me volví agarrando la empuñadura de mi daga, y me encontré con los brillantes e inexpresivos ojos de un abisario, un demonio arcano bajo las órdenes de un brujo. Alzó una garra, me señaló y susurró:

"Sikwalin el Pícaro, has sido convocado para unirte a un asalto a la ciudad de Forjaz. Mi amo, Kaiduit, es sabedor de tus hazañas y solicita la ayuda de los más bravos guerreros de la Horda en este ataque a la Alianza. Si estás interesado, te transportaré al lugar en el que se encuentra mi amo."

Asentí. El abisario alzó sus brazos y una enorme esfera negra de energía apareció de la nada. Alargué mi mano para tocarla y, en cuanto la punta de mis dedos la rozó, sentí que una fuerza tiraba de mí hacia ella. Noté cómo mi cuerpo atravesaba el universo a gran velocidad mediante el ritual de invocación, para detenerse de repente en un lugar oscuro. Ligeramente mareado, abrí la puerta del enorme armario mágico en el que me había materializado. Me encontraba en una tierra escarpada y fría, las montañas de Dun Morogh. Ante mí se hallaba un brujo que me dio la bienvenida efusivamente, y más allá, una treintena de guerreros armados hasta los dientes. Había más armarios mágicos como el que me había invocado a mí, y de ellos emergían aún más combatientes, algunos de los cuales pude reconocer.



Tras ponernos al corriente de la estrategia ideada, nos pusimos en marcha. Nos encontrábamos a sólo un par de millas de la ciudad de Forjaz, una inmensa fortaleza en la loma de una montaña, excavada por los enanos en tiempos antiguos. Sus intrincados pasadizos se adentraban en las entrañas de la tierra, pasadizos que deberíamos recorrer para poder llegar hasta el rey Magni Barbabronce.



Asaltamos la ciudad por la puerta principal, aniquilando a todos los guardias que intentaban detener nuestro avance. Aunque no es la estrategia que un pícaro usaría, reconozco que resultó bastante eficaz. Dejamos a uno de los guardias con vida y le obligamos a que nos guiara por la red de túneles.



Finalmente, llegamos a la sala en la que moraba el rey de los enanos. La testarudez de los enanos es legendaria, casi tanto como su resistencia física. Vi caer a muchos de los nuestros antes de que Barbabronce y sus esbirros mordieran el polvo.



De esta manera, cumplí mi promesa. Magni Barbabronce era el último de los líderes de la Alianza y, ahora que había muerto, el jefe de guerra Thrall por fin había sido vengado.



Tras interrogar al guardia capturado, descubrimos que existía un medio de transporte en la ciudad de Forjaz, con el cual se podía llegar a la ciudad de Ventormenta en un santiamén: un tren creado por ingenieros gnomos, que atravesaba un túnel submarino y conducía a la mismísima antecámara del rey Varian. El grupo acordó regresar a la vieja capital de nuestros enemigos para saquear lo que no pudimos durante nuestra visita anterior. El tren gnomo resultó ser extremadamente veloz. El tunel atravesaba, efectivamente, el mar: la parte superior estaba fabricada con el cristal más grueso que nunca había visto, y me horroricé al pensar en la ingente cantidad de agua que había sobre nosotros, y lo que ocurriría si el cristal llegaba a quebrarse.



Abandonamos el transporte rugiendo en cuanto llegamos a nuestro destino. Sin embargo, al girar una esquina nos encontramos de cara con un rostro a la vez conocido e inesperado...



El rey Varian Wrynn.

Parecía que los rumores eran ciertos. Acompañado por decenas de luchadores de la Alianza, el monarca humano cargó hacia nosotros con su gigantesco mandoble. Su acero se hendió en la carne de orcos y trolls como si sus cuerpos fueran de pergamino. Al resucitar, los sacerdotes debían de haberle imbuido de algún tipo de poder divino, ya que parecía mucho más poderoso que la última vez.



Ain embargo, esos no me impidió reaccionar rápido. Me esfumé durante la confusión y me escabullí por detrás del férreo cerco de guardias que protegían a su rey. Sus espaldas desprotegidas fueron un festín para mis mortales dagas, recientemente embadurnadas con un veneno letal. Un paladín puede resistir gran mayoría de ataques gracias a sus hechizos de curación, pero ni siquiera el más diestro puede resistir el punzante ataque de dos dagas envenenadas atravesando sus pulmones. El resucitado monarca se desplomó entre estertores, con mis fieles dagas pendiendo de sus costados como si de un macabro títere se tratara.



Algunos de los guardias de la Alianza que quedaban con vida depusieron sus armas casi al instante. Los demás no fueron tan inteligentes, y siguieron combatiendo hasta la muerte. Comprendí el honor que significaba para ellos morir en combate; sin embargo, eran el enemigo, y la Horda no debe mostrar clemencia con aquellos que no la mostraron en su día con nosotros. Avanzamos por la ciudad en ruinas, que no se había recuperado aún de nuestra anterior incursión, aniquilando a nuestro paso a hombres, mujeres y niños. Asaltamos varios de los edificios, incluyendo un banco que saqueamos y una taberna, de la que rescaté una barrica de hidromiel. Hay que reconocerlo: los enanos saben lo que hacen, en lo concerniente a la creación de bebidas.



Esta vez sí logramos una victoria aplastante ante el portón de la ciudad, y fueron esta vez los defensores de Ventormenta quienes huyeron y se perdieron entre los árboles del Bosque de Elwynn. La batalla había terminado. Decidí dejar que mi grupo disfrutara del botín y la victoria, pero yo preferí regresar a Orgrimmar.



Busqué al brujo Kaiduit y le pedí que me transportara a Orgrimmar. Me respondió que, por el momento, no podía hacer eso, ya que había agotado su poder, y que preguntara a algún mago. Así lo hice, y gracias a un hechicero elfo que encontré emborrachándose en una taberna, regresé a Orgrimmar, no sin antes pagar al mago una pequeña cantidad de oro a cambio de que abriera un portal dimensional.

Aparecí en la sala del trono del jefe de guerra Thrall. Un abisario había ido a avisarle de mi llegada y me estaba esperando. Nuestros chamanes y sacerdotes también habían hecho un gran trabajo con su resurrección. Me incliné ante él. Él me hizo un gesto para que me levantara y, con su potente voz, me habló:

"Sikwalin el Pícaro. A mis oídos han llegado tus hazañas. Gozas de una gran reputación entre la Horda. Defendiste la ciudad de Orgrimmar, vengaste mi muerte asesinando a los líderes de la Alianza, además de derrocar dos veces al resucitado rey Varian Wrynn. Has hecho mucho por la horda, y en gratitud, te otorgaré esta condecoración y te obsequiaré con una montura digna de un soldado de la Horda de tu envergadura. Ve ahora, Sikwalin el Pícaro, Soldado de la Horda. ¡Lok-tar Ogar, por la Horda!




[I] [II] [III] [IV]



¡Una rana montando un dragón! ¡Hilarante!


Explicación: Durante el evento de Halloween, se podía hacer truco o trato con los posaderos de Azeroth. El "truco" consistía en convertirse temporalmente en un animal aleatorio o recibir un buff, y esa vez me convirtieron en una rana. El dragón es mío.

1 comentario:

  1. Disclaimer: El buen observador se fijará en que la historia no concuerda con las imágenes. Kaiduit no era brujo, sino cazador (de hecho, aparece en algunas de las imágenes), pero he decidido simplificarlo para no presentar demasiados personajes. Además, los jefes de facción (como todas las entidades en WoW) resucitan al cabo de un tiempo de manera automática.
    ¡Saludos!

    ResponderEliminar