[I] [II] [III] [IV]
Aquel día no tenía ninguna misión importante en mente. Mi intención era pasar la tarde en la plaza principal de Orgrimmar, vendiendo pieles cuidadosamente curtidas que había desollado durante meses de las bestias de las gélidas tierras de Rasganorte. Mientras regateaba con un comerciante elfo el precio de unas escamas de dragón heladas, oí a unas trolls ancianas cuchicheando. Rumoreaban acerca de que los sacerdotes de Ventormenta habían resucitado al caído Rey Varian, al que con tanto esfuerzo habíamos derrotado los luchadores de la Horda. "Habladurías", pensé, y reí para mis adentros. Mientras tanto, una de las ancianas me reconoció como uno de los asesinos del rey humano, y empezó a susurrar al oído de su interlocutora palabras que mis oídos no pudieron captar.
Terminé la transacción con el comerciante elfo y me abandoné la abarrotada plaza. Acababa de llegar a una calle vacá cuando, de repente, sentí una extraña presencia a mis espaldas. Me volví agarrando la empuñadura de mi daga, y me encontré con los brillantes e inexpresivos ojos de un abisario, un demonio arcano bajo las órdenes de un brujo. Alzó una garra, me señaló y susurró:
"Sikwalin el Pícaro, has sido convocado para unirte a un asalto a la ciudad de Forjaz. Mi amo, Kaiduit, es sabedor de tus hazañas y solicita la ayuda de los más bravos guerreros de la Horda en este ataque a la Alianza. Si estás interesado, te transportaré al lugar en el que se encuentra mi amo."